¿Educación competitiva o educación competente?
La ambigüedad de significados y actitudes con la que asociamos el término competición, hace que en muchos casos nos sea difícil ver como bueno o como malo el alabar a nuestros hijos e hijas cuando ganan un partido o sacan mejores notas que su hermano/a o el vecino. Esto es normal, ya de origen pues la palabra competición posee dos acepciones:
- Por un lado, origen griego: se centra en la necesidad de que haya alguien ganador y la percepción de los ‘otros/as’ como rivales. Se orienta hacia fuera.
- Por otro lado, origen latino: algo te compete, eres responsable de hacer algo. Se orienta hacia dentro.
Saber esto nos puede ayuda a decidir qué enfoque queremos darle su educación.
Es verdad que vivimos en una sociedad en la que en nuestras cabezas “competitividad” está unida al éxito y el éxito a la idea de felicidad. De ahí que no sorprenda como en ciudades como New York o Londres haya aumentado una presión brutal para que los niños/as entren en las escuelas infantiles de “élite” y obtengan los mejores resultados en ellas (a veces incluso pasándoles pruebas de inteligencia a bebés de un año)
Además, con la crisis, aseguran expertos como Berthold Vogel, la competitividad se ha incrementado pues estamos ante “padres y madres que intentan combatir sus propias carencias formativas. Se sienten vulnerables ante el paro y agobiados por el futuro sin tener en cuenta que faltarán al menos 18 o 20 años para que sus hijos/as se incorporen al panorama laboral. El temor a que no consigan alcanzar su propio nivel de vida les lleva a ofrecerles una agenda formativa perfecta y a contagiarles su afán competitivo”.
Esta realidad conduce a que muchos niños y niñas “competitivos” sientan la necesidad de alcanzar el triunfo interesándose más por obtener la victoria sobre los demás que por disfrutar de la actividad en sí y la superación personal.
Algunos de los problemas de educar en la competitividad
- Cuando un niño/a se siente atrapado y movido por la búsqueda compulsiva del éxito puede desarrollar problemas tanto internos: baja autoestima, estrés, rigidez (pensamientos de todo o nada), baja tolerancia a la frustración, motivación basada en recompensas externas, perfeccionismo extremo (tiranía del debería), etc. como externos: prejuicios, actitud excesivamente crítica, pocas habilidades para delegar, vulnerabilidad para recibir críticas, presión a otros.
- Aprenden que el afecto y la atención de sus padres/madres se consigue evitando errores y logrando metas muy elevadas, por lo que asocian el ser queridos por el hacer y no con el ser queridos por ser.
- Sienten que decepcionan a los demás: los niños y niñas en edades muy tempranas, buscan agradar a sus padres y consideran que lo bueno y lo malo es lo que ellos establecen como bueno y malo. Ante determinadas metas si no se consiguen y la reacción de los progenitores es de crítica y rechazo, los niños y niñas sentirán que les han fallado puesto que en esa edad aún no tienen la capacidad para plantearse si es realista o no la exigencia de sus padres y les resulta algo especialmente doloroso.
- Pérdida de perspectiva en las evaluaciones escolares: es de echarse las manos en la cabeza cuando se lee en la cuartilla de notas: “resultado no conseguido”, “resultado por debajo de la media” o como en mi época, que marcaban con estrellitas la hoja señalando el nivel en el que estabas tú y el nivel en el que estaba la clase.
¿Cómo educar para ser competentes?
- Pon el foco más de la educación por competencia que en la competitividad ya que no sólo ayudará a que tu hijo o hija se conozca mejor y pueda tomar conciencia de sus capacidades y de sus limitaciones, sino que pondrá mayor atención en sacar la “mejor versión de sí mismo/a” ante las dificultades y retos de la vida como auto motivación en lugar de hacerlo ante los demás con el fin de destacar y obtener aprobación externa.
- Promueve el aprendizaje por objetivos más que por rendimiento: no se trata de sobreprotegerles o de engañarles con las manidas frases de “el resultado no importa” o “lo importante es participar”, sino de ayudarles a aumentar su autoestima a través de la visión positiva del esfuerzo y la voluntad como triunfos ya de antemano, de aceptar las equivocaciones y vividlas como una oportunidad, alentar la búsqueda de superación como algo positivo que ayuda a sentirse mejor con uno mismo y los demás-
- No niegues o rechaces la competitividad implícita que conlleva determinadas actividades deportivas, sino reforzar ante todo el valor del disfrute y del respeto, así como normalizar las emociones negativas temporales que puedan tener cuando no consiguen aquellos resultados que esperaban.
Reflexiona
Ser competente es un proceso constante de aprendizaje y adaptación a todos los niveles, mientras ser competivo/a promueve valores asociados con la carencia o la falta de uno mismo o de los demás al asociarse con la Ley del más fuerte. Cuanto más competente se es, menor es la necesidad de ser competitivo o competitiva.
A fin de cuentas, si lo pensamos bien, nuestros hijos e hijas no se integrarán en esta sociedad de manera feliz sólo por sus conocimientos, títulos, currículo o pergaminos académicos, sino por su capacidad de sonreírle a los vaivenes de la vida con sus mejores herramientas.